Estoy en el IX distrito de París, en la plaza frente a la Ópera Garnier. Mis ojos se deslumbran ante la belleza del edificio de estilo neobarroco del siglo XIX, pero me quedo aún más impactada por ser ésta Ópera, una cuna de mitos y obras literarias.
En ese momento, se me viene a la memoria, la más famosa: el Fantasma de la Ópera, escrita por Gaston Leroux. Por unos instantes, cierro los ojos y me dejo llevar por su historia y comienzo a escuchar los gritos de Erik, clamando por el amor de su amada, los que se confunden con la dramática música de la obra trágica, que realza ese momento, lo veo y tiene su cara tapada por una máscara blanca para esconder su deformidad. Quiero seguir imaginando, pero el frió agobiante termina por despabilarme y me vuelve a la realidad.
Necesito, tomar algo caliente, que me reavive el espíritu. Miro a mi alrededor y veo varios cafés, pero uno solo me llama la atención. No es su lujo, lo que me atrae, sino es algo místico y con peso propio que surge de su interior. Mi curiosidad, me hace cruzar la calle, y ahí me doy cuenta, que se trata del famoso Café de la Paix. Recuerdo que fue inaugurado el 30 de junio de 1862, por la propia Emperatriz Eugenia (esposa de Napoleón III). Afuera, tiene unos balconcitos con mesas que son una tentación, pero no, lo que quiero es conocerlo por dentro. Algo más fuerte me impulsa a entrar.
Ingreso, y me impacta igualmente su lujo, el alfombrado, sus columnas romanas, sus muebles exquisitos, sus tapizados y su decoración del siglo XIX, miro hacia el techo dorado adornado y sus frescos de color cielo me encandilan y siento que mis sentidos comienzan a distenderse, pero pronto me doy cuenta que tanta belleza pasa desapercibida, ante la historia que flota en el lugar.
Siento de repente, como si hubiese traspasado las barreras del tiempo y me hubiese sumergido en el pasado.
Percibo como sus paredes han quedado impregnadas de sucesos históricos, y mi cuerpo comienza a estremecerse ante el vestigio que muchas celebridades han dejado en ese lugar para la eternidad.
De repente, miro hacia mi izquierda y mis ojos asombrados descubren a Oscar Wilde (1854-1900), autor de obras colosales como "El Retrato de Dorian Gray", y "La Importancia de Llamarse Ernesto". Oscar Wilde se encontraba muy bien acompañado por un apuesto muchacho, Lord Alfred Douglas, 16 años más joven, quien causó su decadencia. Por detrás de ellos, con mirada vigilante, se encuentra el padre de Douglas, el marqués de Queensbury, quien lo terminó acusando de sodomita y lo envolvió en juicios que hirieron su reputación. Todavía atontada por lo que vi, me sobresalta la retórica de Georges Clemenceau (conocido político francés, 1841-1921) que en otra mesa parece adoctrinar a las personas que lo escuchan atentamente.
Aturdida por tanto asombro, me doy vuelta y veo un gran tumulto. Me acerco a la gente para ver qué pasaba, y no puedo creer lo que ven mis ojos, es la famosa actriz Marlene Dietrich, quien en los años 50, fue considerada la novena mejor estrella femenina de todos los tiempos según el American Film Institute. Esta mujer tenía tanta fama, que provocaba aglomeraciones de curiosos que se acercaban a verla al Café, motivo por el que los camareros tuvieron que ingeniar un itinerario alternativo, entre la cocina y las mesas, para atender con la mayor normalidad posible al resto de los clientes.
Así es como me lleva ese camino alternativo que idearon los mozos, y ante el asedio de la gente, me acerco a otras mesas con tinte real y reconozco al rey de España, Alfonso XIII (1886-1941) quien fue rey desde su nacimiento y en otra contigua al príncipe Carlos de Gales, quienes atentos escuchan a Yves Montand (1921-1991) cantando "A París". Ahí es cuando me distiendo totalmente, y me dejo llevar por la dulzura de su voz que me subyuga y me traslado a otro plano con su encanto musical.
Luego, ya flotando en esa atmósfera enrarecida ante tanta historia, comienzo a oír otro genero musical: la ópera. Me abandono a esa música y es ahí cuando descubro a Giuseppe Verdi (1813-1901) quien le hacía escuchar su obra La Traviata a Jules Massenet (1842-1912), el prestigioso compositor francés de óperas, tales como "de Manon" (1884), "Le Cid" (1885), "Thais" (1894), entre muchas otras.
Luego, y ante tanta situaciones fuertes vividas, le pregunto a un mozo si había una mesa libre, para poder reponerme y tomar un café. El mozo me lleva al sector en donde los hermanos Lumière están por exhibir su primer proyección animada que fue rodada en el Grand Café de París, hoy inexistente. Me quedé expectante y pude ver un cartel que decía "28/12/1895, Cinematógrafo Lumière. Entrada 1 franco". Revolví mi cartera con desesperación, y encontré de todo menos francos; solo tenía unos pocos euros y pesos argentinos. Logre pasar aunque no me aceptaron los euros (menos aún los pesos), pero mi interés y curiosidad me permitieron acceder, y fui una de las 33 personas que se sentaron en sus mesas.
En ese momento, se apagaron las luces. Algo ronroneó en el silencio, y apareció una imagen en la tela. Una proyección. La vacilante imagen de una estación de tren. De repente, todas las figuras que poblaban la estación no solamente temblaban en la blancura de la pantalla, sino que también se movían. Del fondo de la imagen surgió una locomotora, vivaz y desafiante, avanzando lentamente en dirección a los presentes. Eso ya era demasiado: algunos de ellos, realmente asustados, saltaron de sus asientos y se precipitaron hacia la salida. Era la primera vez en sus vidas que venían la proyección de imágenes en movimiento.
Luego de haber tomado un exquisito café, y haber comido un postre Napoleón, logro reponerme del estupor causado por tantas vivencias históricas experimentadas, cuando de pronto escucho una emisión radial y ante mi cara de asombro el mozo me dice es "This is Paris": es el primer programa grabado en directo desde Francia a Estados Unidos, con la participación de Yves Montand, Maurice Chevalier y Henri Salvador
Ya repuesta, del frío, levanto la vista y miro la pared algo que me permite entender por qué me pasó todo lo que les relaté: este lugar fue declarado monumento histórico Nacional el 22 de agosto de 1975 por el gobierno francés, por todos los vestigios históricos que guarda.
Me levanto, y siento que mi corazón está a punto de explotar, pero estoy feliz y con mi espíritu totalmente enriquecido, camino hacia la puerta, salgo, y vuelvo a la realidad de la ciudad que me invade, y es ahí que respiro fuerte, y me voy raudamente en búsqueda de nuevas experiencias. Viví momentos únicos e increíbles ¡se los recomiendo!.
Ahora que leíste mi relato vos, ¿te animarías a vivir un París distinto conmigo?
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