Estoy parada frente un local cuyas paredes se encuentran pintadas de rosa y sus ventanas tienen unos ventanales verdes. Escucho muchos gritos de alegría y risas que surgen de su interior, pero no es eso lo que me atrajo, sino que en su puerta se encuentra un burro atado de un palenque, lo cual me pareció muy extraño. Me acerco un poco más y también veo un perro a sus pies, una cabra, un conejo y un cuervo acechando en un costado, lo que me pareció muy raro y me dio mucha intriga. ¿Qué hacen estos animales en pleno Montmartre?

Me acerco con sigilo y alcanzo a ver un cuadro sobre la entrada con un dibujo de un conejo con una botella de vino saliendo de una cacerola, y llego a leer con dificultad en la pared, "Au Lapin Agile". Estaba algo borroso y con la oscuridad se hacía muy dificultoso su lectura. Hago una traducción rápida y lo primero que se me viene a la cabeza es un conejo ágil, y me pregunto ¿qué será este lugar, con animales en la puerta y con nombre de conejo rápido? ¿un club protectores de animales? ¿un club de cazadores? Sin embargo el perfil de los hombres que se acercaban al lugar no parecían estar muy sobrios y preparados para la caza y menos aún para el cuidado de los animales.

Me acerco un poco más y veo como varios hombres vestidos de época, festejaban en el lugar con mucha alegría, los ventanales de madera verdes estaban entreabiertos, abro uno de ellas con cuidado pero el ruido de la bisagra oxidada casi me delata, me asomo por una ventana para mirar y trato de buscar cabezas de animales colgados en las paredes como trofeos de cacería, pero nada de eso logro encontrar. Si puedo ver muchas mujeres vestidas con ropa muy provocativa, algunas casi desnudas, que bailaban animadamente, alimentando las deseos desenfrenados de los hombres. En las mesas había muchas botellas de alcohol y vasos desparramados por todos lados.

Ante ese panorama, no me animo a entrar porque el ambiente no daba para ello. Dudo, en irme, pero mi curiosidad era tan grande, que me animo a pegar mi nariz al vidrio frío de las ventana y allí me quedo. Al lado mío, el burro continuaba observándome con cara de pocos amigos, por eso me alejo del alcance de sus patas, miro hacia arriba y el cuervo también estaba expectante.

Cuando miró a través del vidrio, puedo descubrir que el lugar era tétrico, opaco, triste, de donde emanaba decadencia y mucho desenfreno. El jolgorio de la gente no lograba cambiar el aspecto ruin del lugar. Las mujeres bailan un entretenido cancán, con mucha energía y sensualidad, mientras que los hombres enloquecidos corean a las bailarinas, que levantan sus piernas y muestran su ropa interior. Lo que para esa época era una acto de total provocación y lujuria, hoy no sería más que una caricia para los ojos. Era un baile de seducción dirigido a los hombres que enloquecían y que sumado al alcohol, entraban en estado de éxtasis total del cual no podían ya regresar.

En ese momento, me vuelvo a preguntar ¿dónde estoy? ¿Y el burro por qué me llama tanto la atención? ¿Qué hacen la cabra y el cuervo afuera? Y ahí me respondo, no me puedo ir sin averiguar que pasa acá. Les confieso que tuve una tentación tremenda de entrar para averiguar que de que se trataba, pero mi recato me contuvo una vez más, era muy peligroso para mí entrar en ese ambiente contaminado.

Cuando ya me empieza a agarrar miedo de que alguno de esos personajes saliera y me sorprendiera espiándolos, amago con irme, pero un ratón blanco se me cruza de repente y me asusto tanto que vuelvo sobre mis pasos. Pero gracias a ese ratón, empiezo a entender lo que pasa… vuelvo a mirar al interior del lugar y reconozco a uno de los personajes que estaba allí, y no lo podía creer: era Pablo Picasso (1881-1973). Si bien era uno de los más recatados, tampoco estaba muy sobrio, pero con franqueza les confieso que me moría de ganas por hablar con él para que me transmitiera algo de su mente brillante. Deseaba que me ilustrara sobre sus pinturas, quería escuchar de sus labios la descripción de su Guernica que tanto  sacudió al mundo del arte, o solo me conformaba con que me hablara de sus pinturas “Los Músicos con Máscaras”, o la belleza de “El sueño”, con esa cara inclinada tan expresiva. En ese instante, pienso en sus obras y entiendo como pintó "Nude in a Black Armc", o "les demoiselles d’avignon" o "La danza" y todas aquellas, en donde incluía mujeres desnudas. Evidentemente fueron inspiradas en sus noches de placer y lujuria como las que estoy contemplando.

Ya totalmente atónita por lo que acabo de descubrir, y porque no quería perderme ningún detalle, corro al conejo que estaba hurgando en mi cartera y saco mis anteojos y me los coloco. Así logro ver al costado de las mesas y sillas sin respaldo, esculturas y libros incunables desparramados por todos lados, pinturas y obras de arte colgadas en la pared y otras solamente apoyadas en el piso. Sin tener respiro, miro al fondo y logro divisar en las penumbras a un pintor retratando a una mujer semidesnuda, y a otros hombres recitando poemas a las mujeres que escuchaban encantadas. Y ahí es cuando digo: ¡Ah! ¡Es una exposición de arte o un club de arte y ésta gente se excedió en los festejos! Pero esta idea también se desvanece a medida que veo más y más bajezas y autodestrucción.

Es así que logro observar entre las penumbras a Amedeo Modigliani (1884-1920) de quien recuerdo haber leído, que se destacó por sus pinturas de desnudos pero usando un estilo de líneas sinuosas, formas planas y proporciones alargadas. Era considerada tan obscena su pintura en esa época, que su primera exposición fue clausurada por la policía porque sus obras de desnudos fue calificada de inmoral. ¡Es increíble que haya dejado tanto vestigio artístico, pero que haya muerto cuando sólo tenía 36 años de edad, enfermo, sumergido en el mundo de la droga y el alcohol! Se sabe que alquilaba un departamento en Montmartre y pasaba las noches derrochando su vida con las mujeres y el alcohol. Saben chicas, por lo que se de él, se destacaba por el gran magnetismo que producía en las mujeres, y aquí se notaba. Modigliani vivió de romances en romances, hasta que conoció a Beatrice Hastings, y tuvo una relación de dos años. Ella le sirvió de modelo para su retratos, destacándose “Madame Pompadour”. Entre nosotras, les tengo que confesar que él se ve muy apuesto y las mujeres que lo rodean lo veneran como si fuera un verdadero Adonis.

A su lado, estaba su amigo Max Jacob (1876-1944), famoso pintor, escritor y poeta francés de la época. Se lo veía exultante, recitando bellos poemas alegóricos sobre la belleza de la mujer, mientras las mujeres se les tiraban a sus pies, como si estuvieran totalmente subyugadas e hipnotizadas por su poesía. Era como si los amigos se complementaran y cada uno desplegara sus dones mágicos para envolver a las mujeres del lugar que poca resistencia ponían ante sus encantos.

Mucho más atrás, cerca del mesero del lugar, se encontraba  Maurice Utrillo (1883-1955) otra de las grandes figuras de la pintura del siglo XX. Este artista es considerado el pintor por excelencia de Montmartre. Como todo pintor de la época, apenas si le alcanzaba lo que ganaba con sus pinturas desvalorizadas, para poder vivir y lo poco que ganaba lo derrochaba en sus noche lujuriosas. Se recuerda que su obra sirvió de inspiración para los decorados de la película "Un Americano en París".  Se hizo famoso por compartir las fiestas Báquicas (donde el alcohol se tomaba hasta el hartazgo). Por eso se destacan sus obras "Le Moulin de la Galette", "Rue Custine" "A Montmartre", "Lapin Agile" y "Sacre Coeur" entre otras.

La característica que reunía a estas personas a parte de su amistad y de su amor por el arte, eran sus vidas de derroche, Alcohol, marginalidad, autodestrucción y mujeres, muchas mujeres.

En un rincón se encontraba recostado ya ebrio y sin reacción Guillaume Apollinaire, (1880/1918) un poeta, escritor y dramaturgo que se destacó por su obra "Alcoholes" (1913) entre otras... A su lado estaba su amigo André Salmon, autor de obras poéticas.

Ya extasiada y confundida de ver tantas celebridades en decadencia, pienso definitivamente en retirarme esta vez sin haber descubierto que pasaba en el lugar, caminé con cuidado por un costado del burro para no alterarlo, pero éste, me seguía con su mirada amenazante, cuando de repente el cuervo se espanta y sale volando porque se abre en forma abrupta la puerta del lugar. Salen tres hombres. Quiero correr pero no puedo, el pánico que me agarra se apodera de mí y me quedo petrificada pegada contra la pared. Ellos están ebrios, se quedan mirando el vuelo del cuervo y en principio no logran verme, pero yo sí los identifico, eran Roland Dorgelés, (1885/1973) escritor y periodista, con sus amigos Mac Orlan (1882-1970) escritor y su amigo Castelno.

Con gran esfuerzo logro agarrar una botella del piso que todavía olía a Ron barato, y me prepare para lo peor, pero ante mi sorpresa, presten atención a lo que veo, estas personas que llevan en sus manos tachos de pintura, una brocha, un lienzo, y zanahorias, se dirigen al burro, mientras yo en voz baja musito, "¡mi Dios! ¿qué le van a hacer?…" sin embargo, lo tocan, lo calman, le dan de comer y lo llaman “Lolo”. Ahí me tranquilizo, pero luego... lo que sigue no lo puedo creer... uno de ellos le ata rápidamente una brocha a su cola, luego se la sumergen en tachos de pinturas y provocan que el animal mueva su cola sobre un lienzo, mientras otro lo seguía alimentaba con zanahorias para alentarlo a mover su cola y el otro lo molestaba un poco para que la moviera con más fuerza. Esto continúa hasta que el burro termina su obra de arte y ahí lo dejan en paz.

Estas personas conformaban un grupo que iba en contra de los vanguardistas y crearon un nuevo movimiento llamado Excesivismo y hicieron eso para dejar en evidencia a la tendencia imperante en ese momento.  Hoy esa obra se llama “Et le soleil s'endormit sur l'adriatique” (Y el sol se quedó dormido sobre el Adriático), fue firmada por Joachim-Raphaël Boronali, y fue presentada en el Salón de los Independientes acompañada de un manifiesto redactado por el propio Dorgelès. Allí estuvo colgada durante quince días, junto a cuadros de Matisse y de Rousseau entre otros. Los críticos de arte, cayeron en la trampa y escribieron en los periódicos sobre este joven artista desconocido, alabándole o criticándole según el caso, e incluyendo fragmentos del manifiesto en sus artículos. Esta obra actualmente se va a exhibir el en el Grand Palais de Paris.

Es ahí recién, cuando los hombres se van tambaleantes con su pintura y dejan al descubierto una placa que dice: 22 de la Calle Saules, Cabaret artístico Au Lapin Agile el Cabaret más antiguo de París. Ahora entiendo que es esto.

Debajo en una plaqueta estaba un explicativo que decía que  su nombre se lo deben al caricaturista Andrés Gill, quien dibujó como emblema del lugar un conejo que sostenía una botella saliendo de una cacerola.

A principios del siglo XX, el cabaret pasó a manos de una pintoresca pareja: Berthe Sébource y Frédéric Gerard, a quien todos llamaban le père Frédé. Este personaje, que calzaba zuecos y lucía una larguísima barba blanca, no tenía problemas en dar de comer y beber a los artistas indigentes a cambio de poemas, canciones, dibujos esculturas o cuadros. De ahí es que el local estaba lleno de pinturas y obras de arte por todos lados. Frédé logró convertir este antro en un cabaret artístico de primer orden. En sus mugrientas paredes, colgaban obras de arte por las que entonces nadie daba ni dos francos y que ahora ocupan lugares privilegiados en las paredes de grandes museos y salen millones de euros.

Eso sí, los clientes del local tenían que compartir espacio con las numerosas mascotas de Frédé: el mono Théodule, la cabra Blanchette, una coneja amaestrada, un perro, un cuervo y varios ratones blancos. Pero sin duda, el más querido por todos era Lolo, un delicioso burro con el que Frédé se había ganado la vida como vendedor ambulante algunos años antes.

Contenta, de haber comprendido de qué se trataba el lugar y  por qué me llamó tanto la atención ese burro — ¡se trataba de un burro artista y muy cotizado! —, tiro la botella de ron en un tacho de basura, le doy unas palmadas a Lolo y me retiro satisfecha del lugar para continuar mi caminata sin rumbo. Sigo bajando la colina tarareando la canción "La Vie en Rose" de Edith Piaf, mientras observo, ahora si, distraída las callecitas de Montmartre.

¿Te gusto mi relato?, ¿que te ha dejado mi experiencia?. Si te gustó, házmelo saber y seguiré caminando la ciudad en busca de más y más cosas para compartirte.

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